miércoles, 27 de mayo de 2009

Cécile Chaminade, compositora clásica


(Cécile Louise Stéphanie Chaminade; París, 1861 - Montecarlo, 1944) Pianista y compositora francesa. De la mano de su madre, pianista y cantante, recibió sus primeras lecciones de música. Dado que su padre se oponía a su entrada en el Conservatorio de París, Chaminade estudió primero de forma privada con Savart, Félix Le Couppey y Benjamin Godard. Compositora precoz, a los ocho años ya escribía piezas de música religiosa. Dio su primer concierto cuando contaba dieciocho años.

Realizó diversas giras de conciertos por Francia y otros lugares, entre los que destaca Inglaterra, país del que se convertiría en visitante regular tras su primera aparición en junio de 1892. Su música se hizo tan popular allí que desde 1892 fue invitada de honor de la Reina Victoria. Chaminade también adquirió una enorme popularidad en los Estados Unidos de América. En otoño de 1908 realizó una gira exitosa por este país, en el que recorrió doce ciudades, desde Boston a St. Louis.

Recibió varios premios, de entre los cuales cabe destacar la Légion d´Honneur francesa en 1913, que por primera vez fue concedida a una mujer compositora. En 1901 se casó con Louis-Mathieu Carbonel, un editor marsellés que murió en 1907. A partir de su boda con Carbonel y hasta 1914, su actividad compositiva decayó y Chaminade comenzó a realizar grabaciones, muchas de ellas en pianolas. El olvido progresivo del gusto por el Romanticismo francés tardío provocó que sus casi 400 composiciones cayeran en el olvido.

Cécile Chaminade es sobre todo célebre por sus piezas para piano y por sus mélodies, obras vocales con acompañamiento pianístico, de gran expresividad y lirismo y muy adecuadas para los salones parisinos donde solían ser interpretadas. A principios de 1880 compuso su primer Trío para piano op.11, que fue muy bien acogido por el público. Sus incursiones en la música orquestal comenzaron con la Suite d´orchestre op.20 (1881), a la que siguió la sinfonía lírica Les Amazones (1888). Su Concertstück op. 40 para piano y orquesta, estrenado en Amberes en 1888, recuerda en algunos aspectos a la música de Wagner y Liszt.


La compositora francesa escribió asimismo obras para la escena como la ópera cómica La Sévillane, que fue representada en privado en 1882, y el ballet Callirhoé op. 37, representado en Marsella en 1888. Tras 1890, Chaminade compuso casi exclusivamente mélodies, con la excepción del Concertino op. 107, encargado a la compositora por el Conservatorio de París en 1902 y de su única sonata para piano op. 21 de 1895. Su estilo es elegante y asequible, con melodías memorables y texturas claras. Muchas de sus obras parecen haberse inspirado en la danza.

Anne Sophie von Otter ha publicado un disco, Mots d'amour con 24 canciones de Chaminade. Es una grabación extraordinaria, acompañada por el pianista Bengt Forsberg.

Ximena Amunátegi, la enamorada

La pasión según Huidobro

En los papeles inéditos del poeta que alberga el Getty Center de California, está el registro del romance extramarital que remeció a la sociedad santiaguina y provocó una herida mortal en el autor de Altazor y Cagliostro.
Jorge Teillier solía decir que el verdadero artista, antes que escribir versos, debía vivir poéticamente. Varias décadas antes, Vicente Huidobro llevó el axioma a la práctica. No fue un poeta popular ni reconocido -aunque escribió numerosos libros, algunos de ellos extraordinarios-, pero quizá su mayor obra haya sido su propia existencia. La vida de Huidobro fue una novela y una comedia, un drama y un panfleto.
En los papeles que se conservan en el Getty Center de Los Angeles aparece uno de sus capítulos más legendarios. Una aventura que empezó y terminó con escándalo, y que inspiró libros como Altazor y El Diario de Ana Mir: el auge y fin de su amor por Ximena Amunátegui, romance que provocó un terremoto en las familias chilenas acaudaladas y que causó en el poeta una herida mortal, uno de esos golpes del que nadie se recupera.
"Dime que me quieres, engáñame, miénteme, pero dime que aún me quieres. De lo contrario me voy a Chile y te mato y después me mato", le escribe Huidobro en 1927, desde Nueva York. Ximena responde: "Quisiera hoy sentir las sensaciones grandiosas, terribles y violentas de tu amor. Ahogarme, sumergirme, embriagarme en él".
El asunto había empezado cuando ella era casi una adolescente y él un poeta con pinta de revolucionario cosmopolita. A Huidobro, que ansiaba ser famoso, le gustaba que sus movimientos tuvieran eco en la prensa y probablemente habría sido un gran publicista si no fuera porque Santiago le quedaba chico. En 1926, La Nación publicó un poema suyo titulado Pasión y Muerte, donde confiesa su amor prohibido por una mujer, "acaso la más triste, sin duda la más bella". Ella tiene poco más de 16.
Huidobro, que estaba casado y tenía hijos con Manuela Portales Bello -descendiente del asesinado ministro y del autor del Código Civil-, tuvo que huir para calmar los ánimos. La enamorada se apellidaba Amunátegui y estaba emparentada con la familia del propio poeta. Vicente se va primero a París y luego a Nueva York. En ambas ciudades la prensa le adjudica romances con figuras de la farándula.
"En la colonia chilena inventaron una serie de amores míos, todos falsos y calumniosos. Me veían en alguna parte con alguien y ya eran amores", dice Huidobro, a quien siempre tildaron de Don Juan, aunque él lo negara. En otra carta, sin embargo, reconoce que "todo lo que he hecho son actos de un desesperado, de un loco, y tú tienes la culpa, tú eres la única causa... Soy capaz de cualquier cosa por tratar de olvidarte".
Confiesa haber coqueteado con otras sustancias, entre ellas la morfina. "¡Oh! delirio mío. Es algo horrible, es un sufrimiento inimaginable, yo que toda la vida he detestado las drogas, he tomado drogas, he pasado semanas sin comer".

La fuga
El final del mensaje, fechado en 1927, es desesperado: "¿Por qué no fue posible, Dios mío, por qué estamos separados?". Huidobro entonces toma una decisión. Ximena estará con él, pese a todo. Y planea una huida, un secuestro. Vuelve clandestinamente a Chile, la recoge en auto y se van a Mendoza por la cordillera. Los hermanos de ella amenazan con matarlo. Su padre nunca lo perdonará. Perderá a sus hijos. Será un paria.
Los dos llegan a París y los amigos del escritor quedan embelesados. Varios se enamoran de Ximena. Pero la felicidad es aparente. En el fondo no se entienden. Parece que el amor fue un invento creacionista, como reconoce después Huidobro.
De regreso en Chile, cena todas las noches con su madre. Ximena es casi un adorno y no extraña que encuentre refugio en el aprendiz de poeta Godofredo Iommi. Para Huidobro será una traición imperdonable. Lanza acusaciones terribles contra ambos.
"Todo Cartagena habla horrores de ella. En una tienda le dijeron a uno de mis empleados: 'Así que la patrona les resultó puta'. Quiero que oigas hablar a otras gentes de Cartagena... 'Ese tal Godo dejó la pieza fétida'".
Pero más grave resulta otra acusación. Según Huidobro, Iommi le robó sus ideas sobre poesía, que después utilizaría para fundar la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso. El fin de un amor no suele ser elegante.


Por Marcelo Soto (Los Angeles)
La Tercera Cultura, sábado 7 de octubre de 2006.

Angela Olive Carter, escritora

Angela Olive Carter, de soltera Angela Olive Stalker nació en Eastbourne, 7 de mayo de 1940 en el condado de Sussex, al sur de Inglaterra. A causa de los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, fue evacuada al norteño condado de Yorkshire, donde pasó varios años con su abuela materna. Fue periodista y novelista, murió en Londres, 16 de febrero de 1992.


Extracto del relato “Los amoríos de lady Purple” editado en la antología de relatos “Niñas malas, mujeres perversas”

… además por muy lejos que viajara la comparsa, ninguno de sus miembros había comprendido nunca lo extranjero. Eran todos nativos de la feria y, al fin y al cabo, todas la ferias son iguales. Quizá cada feria no sea más que un fragmento disociado de una gran feria original que se esparció hace mucho tiempo en una diáspora de lo maravilloso. Dondequiera que se establezca, la feria mantiene su atmósfera invariable, intrínsecamente coherente. Hieráticos como piezas de ajedrez, los caballos de colores de los tiovivos describen círculos perpetuos tan inmutables como los de los planetas e igualmente ajenos al mundo del aquí y el ahora en donde sus compañeros se acercan a contemplar boquiabiertos su calidad de extraordinarios, su libertad de la realidad. El pregonero invita a entrar con su voz ronca y en un leguaje más allá del lenguaje, o tal vez en el lenguaje ancestral de gruñidos y ladridos que yace en el fondo de todo lenguaje. En todos lados, las mismas ancianas anuncian pringosos caramelos que parecen hechos únicamente para que las moscas se emborrachen de azúcar y cuya naturaleza es siempre la misma, aunque su forma exterior de estos enormes dulces pueda variar de un lugar a otro. Un reparto universal de perros de dos cabezas, enanos, hombres cocodrilos, mujeres con barba y gigantes con taparrabos de piel de leopardo, revela sus singularidades en los espectáculos secundarios y, vengan de donde vengan, comparten el sórdido atractivo de la deformidad, una internacionalidad que no conoce limites geográficos. Allí, lo grotesco está a la orden del día…

… Debía de haber sido la obra maestra de un artesano anónimo fallecido hacía mucho tiempo, y sin embargo no fue más que una estructura peculiar hasta que el profesor toco sus cuerdas, pues fue él quien la lleno de vigor necromántico. Le transmitió una abundancia de vida que el mismo parecía poseer de un modo muy tenue y, cuando ella se movía, no parecía una mujer simulada con habilidad sino una diosa monstruosa, al mismo tiempo ridícula y magnífica, que trascendía la idea de depender de sus manos y aparecía completamente real, pero totalmente sobrenatural. Sus acciones no eran tanto una imitación como un destilado y una intensificación de las de una mujer de carne y hueso, por lo que era capaz de convertirse en la quintaesencia del erotismo, ya que ninguna mujer de carne y hueso se hubiera atrevido a mostrarse tan descaradamente seductora…

… Los niños besan juguetes cuando suponen que se van a dormir, aunque, por muy niños que sean, saben que sus ojos no están hechos para cerrarse, así que serán siempre una “Bella Durmiente” que ningún beso llegara a despertar. Hay quien atenazado por una feroz soledad, puede besar el rostro que ve delante de él en el espejo a falta de otro rostro que besar. Ambos besos son del mismo tipo: son las caricias más conmovedoras, porque son demasiado humildes y demasiado desesperadas como para desear o buscar una respuesta…

martes, 26 de mayo de 2009

Jamaica Kincaid, escritora


Jamaica Kincaid nació en 1949 en Saint Johns, capital de Antigua, pequeña isla de Barbados, colonia de Inglaterra hasta 1967 y con estatus de nación desde 1981.
Kincaid se llamaba Elaine Potter Richardson y creció en el Caribe con su madre y su padrastro, pero a los 17 años ya estaba en Nueva York.

Extractos “Autobiografía de mi madre”

… Me quite la ropa y también él se desnudó. Era al primer hombre que veía desnudo, y me sorprendió: no es el cuerpo lo que hace deseable a un hombre, es lo que su cuerpo puede hacerte sentir al tocarte lo que te estremece, la anticipación de lo que ese cuerpo te hará sentir, y luego la realidad resulta mejor que la anticipación y el mundo es total y únicamente eso, se convierte en una totalidad recorrida por una corriente que lo atraviesa, una corriente de puro placer. Pero cuando le vi, en el primer momento, con las manos colgándole a los lados, sin acariciar mi cabello todavía, sin estar aún dentro de mí, sin llevarse a la boca las pequeñas turgencia que eran mis senos, antes de que me abriera la boca todo lo posible para poder introducir en ella su lengua más profundamente aún, la carne cayendo en fláccidos pliegues de su vientre, la carne endurecida entre sus piernas, me sorprendió comprobar la fealdad general de su persona, allí de pie ante mí; fue la anticipación lo que me estremeció, la anticipación lo que me mantuvo cautivada. Y la fuerza de sentirle entrando en mí, inevitable ya, llegó como una nueva conmoción, una larga y brusca brecha de agudo dolor que luego me arrastró con el ímpetu de una ola gigantesca, una larga y aguda brecha de placer: y cada vez que me desgarraba por dentro yo emitía un grito que era siempre el mismo grito, un grito de tristeza, pues aun sin hacer de ello algo que no era realmente, ya no volvería a ser la misma. No era un hombre capaz de amar, yo no necesitaba que lo fuera…